lunes, 30 de junio de 2008

CAMPEONES DE EUROPA

Al fin!!!!! Ya era hora de que algun dia ganaramos algo...
Hoy fue diferente ya que al encontrarme en Londres no estas en casa viviendolo con el resto, pero incluso por aqui lo he pasado en grande. Vi el partido con mi amiga Yuri y mas amigos en el barrio del Arsenal en un bar de copas. Despues nos fuimos en metro al centro y alli alucine viendo el monton de Españoles que habia por todos lados. La plaza de Trafalgar literalmente tomada por Españoles metidos en la fuente y cantando, por el metro lleno de gente en los vagones cantando, Picadilly circus iguamente tomado por la gente con las banderas cortando el trafico y subido a las fuentes, farolas y cualquier cosas que encontraban.

En fin, que aun fuera de casa aqui hay tantos Españoles que me he sentido como en casa y lo he podido disfrutar a lo grande.

domingo, 22 de junio de 2008

Un mágico laberinto de piedras...

Ellos me encontraron escondida entre las rocas. El me vió, se agachó y me recogió con sumo cuidado. Me colocó asomando entre su mochila y seguimos el camino.
Hasta entonces, yo creía conocer cada roca, cada árbol, cada criatura viviente de aquel lugar. Había nacido allí y allí había crecido hasta que caí y fui a parar a esas rocas tan escondidas. “Las Buitreras” las llaman. Y allí permanecí largo tiempo hasta que el me encontró y me recogió. A mí. A una simple pluma de buitre.
Acostumbrada a verlo todo desde el aire, a jugar con la brisa, a impulsarme a través de ella.... el ir asomando por la cremallera de una mochila me hizo sentirme pequeña, muy pequeña. Pero importante. Me acordé de las historias que contaban mis antepasados acerca de algunas de nosotras, puestas sobre las cabelleras de esos humanos que un día existieron y a los que llamaban “indios”. Así era como me sentía en ese momento. Y así fue cómo conocí ese lugar al que creía ya dominado bajo las alas a las que un día pertenecí.
Aquella mochila iba anclada en ella como si fuera una parte más de su espalda. Tenía una forma mágica de mirar lo que veía alrededor. Siempre que ponía esa mirada, a mí me parecía que era la persona con los ojos más bonitos que había visto nunca. Pero lo verdaderamente bonito era el paisaje que le rodeaba. Era ese paisaje el que se metía dentro de el y cambiaba su mirada. La Pedriza, ese laberinto de rocas graníticas, era para el un lugar mágico. Allí habían encontrado antaño los bandoleros y los pastores; unos dedicados a la picaresca y otros al más noble arte de cuidar el equilibrio entre el hombre y la tierra, un sitio donde vivir en libertad. Y allí había encontrado el magia.
Yendo en su mochila, descubrí lo que, desde el aire, escondían los árboles y la distancia: cientos de senderos cuajados de pinos, jaras y riachuelos. Con el, he visto enormes Torres de piedra, rocas en un perfecto equilibrio que ya dura millones de años, puentes de granito (o de “Los Pollos” como insisten en llamar a uno), una lagunilla pequeña y hermosa helada en invierno que desaparece por arte de magia en verano y vigilada en el paso de los tiempos por largos soldados de piedra que la rodean, un enorme Hueso agarrado en sus extremos a la roca y a la tierra, un Elefantito fuera de la sabana, una Gran Cañada llena de un verde infinito en primavera, un Yelmo de varias toneladas acabado en un apuntalado vértice geodésico, un Caracol en medio de la famosa Senda Maeso, un risco llamado de “La Bota” con vistas a la Cuerda Larga, un Cáliz que ya quisieran tener en la iglesia de su pueblo, un Pájaro posado en lo alto de una cima, un Cocodrilo escalado por pequeñas criaturas con cuerdas y arneses, una Pared llamada como el pantano que habita cerca... y mirad si es mágico este lugar que he llegado a ver el Dedo de Dios.
Lo que no entiendo muy bien es el empeño de los humanos en dar nombres a todo. Muchas veces no consigo ver dibujado en la roca el nombre que la denomina. Aunque mi guía tiene todavía más imaginación. ¡Pues no me dice que una de las rocas es una de Las Meninas de Velázquez!
He avanzado por el Callejón de las Abejas, por la Cuerda de las Milaneras, por Los Llanillos, por G.Rs. y P.Rs., por senderos pintados de blanco y rojo, de blanco y amarillo, de azul, de morado...señalados con hitos, o sin ellos; o sin senderos ni trochas, sintiendo como las ramitas de los rosales silvestres, las jaras y las zarzamoras rozaban en los brazos y piernas de mi guía.
Con el he sentido el desaliento de no encontrar el camino, de tener que volver sobre los pasos, el temblor en sus piernas tras largas horas caminando hacia arriba, a lo alto... y he descubierto secretos que antes habían pasado por leyendas. Como la de una joven perteneciente a la aristocracia madrileña a la que secuestraron unos bandoleros y llevaron a La Pedriza. Allí, hubo una pelea entre ellos que se saldó con la muerte de éstos en “El Cancho de los Muertos”. La joven vagó sin rumbo hasta que un pastor la encontró y la devolvió a su origen. Este humilde hombre no quiso recompensas ni quedarse con ellos. Sólo volver a su amado hogar en La Pedriza. Allí murió. Y allí cuenta la leyenda que le enterraron bajo una cruz de piedra: La Cruz del Mierlo que, bastantes años más tarde, otro montañero logró encontrar, demostrando así que todas las leyendas siempre tienen su parte de verdad. Allí sigue La Cruz del Mierlo. Allí la llegamos a ver nosotros.
O el secreto de los ermitaños. Sí, porque en La Pedriza viven dos ermitaños. Yo he visto una de sus cabañas. Por casualidad, como en un cuento, al lado de una pequeña praderita, apareció ante mis ojos: una casita hecha de roca, madera y verde hiedra. Cuando la vi creí que en ella moraban los elfos, o los duendes, o las hadas del bosque. Quién sabe.
Pero todo llega a su fin. Incluso para una pluma. Estaba convencida de que me abandonaría, de que me dejaría en cualquier sitio, tirada entre las rocas. Pero me equivoqué. Hay gente que tiene en su casa trofeos, diplomas, figuras de porcelana... pero el no. El tiene fotos de montañas y bosques, una enorme piña de facciones perfectas, una ramita de pino y me tiene a mí, oteando desde el lugar más vistoso. Y cada vez que el me mira, su mirada cambia. Y entonces vuelvo a ver La Pedriza: ese lugar tan mágico.