martes, 23 de diciembre de 2008

Brindis por la montaña


Brindo por la hembra brava,
que es orgullo de esta tierra
por la inocencia que encierra
en su desnudez de esclava.

Por su majestuoso porte
y su blanquísimo pecho
su amor fatídico lecho
del tímido que la ignora
que en sus brazos gime y llora
y de angustia desespera.

Brindo por los placeres
del que sabe conquistarla,
del que sabe que de amarla
es morir cuando ella quiera.

Y es placer de los audaces
el gozarla en sus entrañas,
y es un amor que no daña
el deslizarse por sus flancos
o por su vientre blanco.

¡Brindo… por la montaña!

lunes, 15 de diciembre de 2008

Los años nos hacen cambiar

Cuando somos chicos vivimos en el constante desequilibro emocional. Balanceándonos de un extremo a otro, adicionándole a cada acto un sobrepeso imaginario. Vivimos en la desmesura de la infancia, y el desenfreno de la adolescencia donde se magnifica el amor, la amistad, el odio, la tristeza, la esperanza, la desolación, el dolor, la alegría, el llanto. Es todo o nada. Tenemos mejores amigas, amamos para toda la vida, sufrimos para siempre, lloramos como Girondo, odiamos hasta el tuétano. Nos salimos de los márgenes, para pintar la vida más allá de los contornos. Porque no hay grises, sino arco iris.

Hasta que los años nos encajan en injustas medidas.
Y entonces evaluamos, razonamos, justificamos, medimos, analizamos, calculamos. Nos atenemos al espacio limitado al que somos confinados. Nada existe más allá del horizonte que alcanza nuestra vista. Todo es hasta aquí, porque no hay nada más allá. Entonces hasta los sueños comienzan a ser inverosímiles. Y dejamos de creer, de esperar, de sorprendernos. Y sólo lo que es posible y mesurable se concibe como real. Se supone que vamos encontrando el equilibro, porque los extremos no son buenos.

Adiós a las hadas y los duendes. A los monstruos detrás de las puertas. A los cuentos de princesas hechos realidad. A los elefantes dentro de las boas. A los juegos, a los besos porque sí, los amigos imaginarios, los novios de mentira.

Llegaron los números, los contactos, los compromisos, los protocolos, las reglas, los horarios, las responsabilidades, los cuidados.

Se esfuma con el tiempo el encanto de la improvisación, de la sinceridad, de la expresividad. Se pierde la espontaneidad de un abrazo sin premeditar, las lágrimas sin contención, el te quiero infinito, el pacto indestructible.

Se deshace el hechizo. Peter Pan se va por la ventana. Nos quedamos como Wendy. Y sin darnos ni siquiera cuenta, lo traicionamos, y nos volvemos adultos.