viernes, 31 de agosto de 2007

K2

Todo eso lo comprendí al conocerla a ella, a Julia. Mi K2. Mi otro K2. Conquistada pero siempre por conquistar. Porque toda mujer a la que se ama es siempre como la montaña que continuamente suspiramos por coronar. De lo contrario acabas perdiéndola. El amor absoluto quizá, no posee cima tangible en la que hincar tu piolet diciendo entre jadeos y sollozos: “¡Lo hice!”


Cuando se ama de ese modo total, cada día se reinicia uno nuevo, desesperado y a la vez maravillosamente excitante ataque a la cumbre. Al final, coronar o no es lo secundario. Lo bello es el intento, la perseverancia. Eso nos hace buenos, nos hace fuertes, nos hace hombres. Eso nos hace. Hasta entonces solo éramos, pero en el limbo. A partir de ahí somos en el paraíso. Aunque a menudo el paraíso, como el K2, esté lleno de trampas que te ponen a prueba.

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